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SER O PARECER (MEJOR Y) por F.L.N.

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En un experimento sociológico (muy de moda últimamente) recién publicado en una web, la actriz, una chica normal y hasta normalizada diría yo, más sexy que guapa – pero para nada provocativa – aunque visiblemente perjudicada por el alcohol, lleva una botella camuflada en una bolsa de papel en una mano y teléfono móvil en la otra. Deambula a plena luz del día, por una céntrica plaza abarrotada de gente, pero parece invisible, excepto para los que ven en ella una ocasión ideal para aprovecharse de ella y vete a saber qué más; pero nada bueno se podría intuir.

Daba igual la ciudad, el país, o el continente que fuera; según los autores del experimento, el resultado fue el mismo en líneas generales. Es decir, que aparte de la minoría – nada despreciable – descaradamente malintencionada, una mayoría realmente abundante, omitieron socorrerla, argumentando que suya era la culpa.

De lo que pude ver, gracias a un reportaje de la tele sobre el experimento en cuestión, me impresionó más la metamorfosis de los “involuntarios” participantes, en su comportamiento ante su “presa”, con el fin de consumar su fechoría.

¿Cómo podemos ser tan distintos cuando nadie nos ve? (o cuando eso creemos, que fue el caso).

Otro experimento menos impactante, fue la encuesta realizada en entornos universitarios de varios países; donde los participantes – sin saber que estaban siendo encuestados – debían responder si serían capaces de cometer una violación, si por ello no tuvieran consecuencia legal alguna, no debieran responder ante nadie. Casi la mitad (el 43%) respondieron afirmativamente.

Es evidente que la valoración de los resultados de esa clase de pruebas requiere cierta prudencia. Hasta es razonable dudar si respondieron con sinceridad todos los participantes o si son realmente representativos.

Ahora bien, que el sentido del bien, o sea, el concepto de justicia, solo sea la legalidad es (como poco) inquietante; pero que así piense una buena parte de la élite intelectual futura, asusta seriamente.

A pesar de evidenciarnos continuamente la vida, que las apariencias suelen ser a menudo muy engañosas, la verdad es que sigue siendo preferible parecer sin ser, que lo contrario.

De allí creo la importancia de una buena, calculada y preparadísima entrevista (léase juicio, casting, clasificación, test, etc.) que decidiera la suerte de cada uno.

F.L.E.

la foto

Dibujo de C.R.C.


ANITA por E.A.C.

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El día que Anita, por fin, me abrió su corazón – como cuando un botón de rosa brota y se rinde ante la luz del sol- sentí caer sobre mis espaldas la carga de sus sufrimientos. Desde ese día mi vida cambió para siempre.

Fernando es mi hermano gemelo. Es un buen hombre. Quizás un poco machista y anticuado, pero una persona humana, fiel y responsable.  Nuestras vidas, aunque diferentes, siempre han caminado muy unidas.

Tenemos una relación muy especial: a veces hacemos las mismas cosas sin saberlo. Incluso, cuando sufrí un accidente, me contó que sentía los dolores que yo sufría, aun cuando nos encontrábamos a miles de kilómetros de distancia. Y, sin embargo, cada uno ha seguido su propia ruta. Él, por ejemplo, se casó muy joven con Elvira, su primer y único amor. Tienen dos hijos, Anita, una niña preciosa y encantadora y Enrique, dos años menor que ella. Decían en mi familia que no había sido un buen padre, porque no pasaba suficiente tiempo con sus hijos y parecía que  no los quisiera por igual. Pero yo creo que no era así; sucedió que se hizo representante de ventas de una importante compañía y eso le obligaba a pasar mucho tiempo fuera de casa, a veces largos periodos; no obstante, cuando regresaba, todo su tiempo lo dedicaba a su hogar con devoción.

-Lo que sucede es que me identifico un poco más con Enrique –se disculpaba mi hermano un día. – Con él puedo jugar al fútbol, ir de pesca y hacer todas esas cosas que hacíamos cuando niños. Eso no significa que quiera a uno más que al otro. ¡Por supuesto que los quiero igual! Yo no juego mucho con Anita porque me cuesta sentarme a jugar a las muñecas o a ponernos maquillaje. Por eso acordamos con Elvira que ella se encargaría de los juegos y demás cosas de la niña, y yo de Enrique.

Yo vivía en el extranjero, pero viaja con la frecuencia que me permitía mi trabajo, a visitar a mi familia. Cada vez que regresaba, llevaba a los hijos de mi hermano, que los quiero como propios, a otros sobrinos y sus amiguitos, de paseo al mar, a acampar o a algún lugar turístico. La pasábamos muy bien, ellos lo disfrutaban viéndolos felices.

Una de las razones por la que siempre los invitaba a pasear era Anita, que en aquel entonces tenía diez años. No sé. Me parecía que había algo extraño en su comportamiento. A pesar de ser una niña muy vivaz e inteligente, su modo de proceder no era normal. Su mirada era esquiva, siempre evitaba tener que mirarte a la cara; más bien tomaba cualquier cosa y jugaba mientras hablaba. La mayoría del tiempo parecía estar buscando algo en el suelo, y cuando te miraba, sus ojos irradiaban soledad y amargura. Yo sentí que su corazón palpitaba a otro ritmo, por eso siempre le dedicaba una atención especial cuando salíamos. Con el correr del tiempo fuimos buenos amigos, algo raro en ella, pues nunca le conocí un amigo que considerara especial, ni siquiera la vi involucrarse en los juegos que organizaban los otros niños.

-No me gustan los niños de mi edad –me dijo un día. ¡Son tan infantiles!.

-Pero si tú apenas eres una niña con ellos –le respondí sorprendido.

-Tal vez mi edad es de niña, pero mi corazón, no. –Contestó en tono firme.

Y de inmediato se marchó dejándome con las palabras en la boca y un sabor de boca agridulce. Cuando hablé al respecto con mi hermano y Elvira, me respondieron: “No te precupes, ella ha sido así desde niña. Es un poco introvertida, quizás muy madura para su edad. Por eso no se relaciona mucho con los otros niños, pero nada más”.

Un año más tarde, la nostalgia me arrastró de vuelta a casa. La separación de los míos hacía mella en mi corazón. Así que regresé y en esa ocasión estreché más mi relación con Anita. A diferencia de mi hermano, a mí me gustaba más compartir con ella. En el fondo era una niña como cualquiera, pero rodeada de un halo de misterio que despertaba mi preocupación. Rara vez se la veía reír; cuando algo le gustaba simplemente sonreía: su actitud hacia la vida era de desilusión. Su madre tampoco le dedicaba mucha atención, ella era directora de un colegio que absorbía la mayor parte de su tiempo.

Un día, en uno de nuestro rutinarios paseos por el parque, mientras caminábamos y degustábamos un helado, me lo contó, pero antes me hizo jurar que jamás hablaría de ellos con sus padres. Desde ese día todo cambió para mí. ¿Cómo ignorar a un pajarillo desvalido que un buitre saca con violencia de su nido? ¿cómo devolver su ruta a aquel apacible río que crece sin control en el invierno, y que arrastrado por la tormenta abandona su cauce destruyendo lo que se interpone en su paso?.

Yo, que toda la vida me he jactado de ser una persona madura, aplomada y tranquila, comencé a sentirme atribulado y confundido, y empecé a dormir poco. También cambiaron algunos de mis valores.

Acudí a las autoridades. Se sorprendieron, quizás me creyeron, y me dijeron que tendría que poner a Anita en evidencia porque su declaración era vital, pero así y todo, que era sólo su palabra, porque no había pruebas materiales, ni testigos. Eso nos dejaba pocas posibilidades de que se hiciera justicia.

Entonces tomé la decisión. Robé algunas fotografías del álbum familiar de mi hermano e indagué. Estaba decidido a remover cielo y tierra.

-Prométeme que si lo encuentras, me llevarás contigo –me dijo Anita un día.

-Te lo prometo – respondí.

La búsqueda duró tres años. Tres largos años con sus días y noches que parecían no tener fin. Cuando averigüé sobre cierto almacén en otra ciudad, de inmediato viajé ligero de equipaje y fui a buscarlo. Desde el aeropuerto fui directo a la dirección que me habían dado. Compré algunas cosas –que luego tiré a la basura- y me dispuse a pagar.

Él estaba allí.

Lo observé con fingida indiferencia, mientras mi estómago se revolvía convulsionado. Incluso tuvo que repetirme el precio de la compra dos veces, porque mis oídos se negaban a escucharlo. Tembloroso saqué el dinero del bolsillo y mordí los labios para no abrir la boca, luego salí tan deprisa que recogí el cambio.

Esa noche no concilié el sueño. El haberlo tenido frente a mí me conmocionó. Antes de seguir adelante, analicé con cabeza fría todo lo que Anita me relató. Sabía que yo no era la persona idónea para zanjar el problema, pero mis conversaciones con mi sobrina y el recuerdo de su mirada ensombrecida por la desgracia, hicieron mío su conflicto. Decidí continuar con mi plan.

Al día siguiente salía del hotel a deambular por la ciudad sin rumbo, hasta que el reloj marco las ocho de la tarde. Era la hora del cierre según un aviso que colgaba en la puerta del almacén. Justo antes de que cerrara, y tras asegurarme que el último cliente y los empleados habían abandonado el lugar, tomé aire y entré.

-Buenas noches- me saludó. Usted estuvo aquí ayer y se fue antes de que yo pudiera darle su cambio. Ahora se lo doy.

-¡No!-le dije.

-¿En qué puedo ayudar?-preguntó sorprendido.

Sin mediar palabra saqué del cinto la pistola que me había procurado y le apunté a la cara.

-¡cierra la puerta!-le grité, señalando el acceso al local.

-¿quiere el dinero? ¡lléveselo, llévese todo lo que quiera!.

-¿Tengo acaso cara de ladrón, maldita escoria?.

-¿Pues entonces, qué quiere? ¿quién es usted?.

– Me llamo Eduardo. Soy el que ha pagado la minuta del psiquiatra que intenta curar a Anita.

-¿Qué Anita? Preguntó mientras se arrodillaba cobarde a mis pies, implorando perdón con el gesto. Eso me irritó aún más.

– ¡Levántate! Levántate y mírame a los ojos, cobarde –le ordené, al tiempo que le golpeaba con el pie.

-¿Qué Anita? – volvió a preguntar mientras se levantaba gimoteando.

– La hija de Fernando que fue tu mejor amigo hasta hace unos años. La hija del que te brindó la mano cuando no tenías nada; el que hospedó y te convirtió en su socio, y a quien traicionaste abusando de su hija. ¿Sabes ya cuál Anita, hijo de puta?.

Su rostro palideció,  tal vez presintiendo lo que le esperaba, y comenzó a temblar sin control.

-¡Por favor! No me mate!

-¡Mírame a los ojos! – le grité otra vez.

Nuestros ojos se encontraron y entonces pasó ante mí la película del relato de mi sobrina; una visión que me mostraba cómo ese hombre le indujo con dulces y regalos a que le practicara sexo oral, al tiempo que le manoseaba su cuerpo inocente. Después la amenazó para que no le fuera a contar nada a sus padres ni a nadie.

Eso duró un año, cuando Anita apenas tenía seis.

Escuché de nuevo la voz entrecortada de mi sobrina: “Era extraño… yo me limitaba a hacer lo que él me había enseñado… cuando me lo ordenaba. Sólo tenía que hacer una señal… y yo sabía lo que debía hacer. Recuerdo que en una oportunidad, él hablaba con mi madre mientras ella planchaba la ropa… entrecerró la puerta y dejó su cabeza por fuera… me hizo la señal y se bajó la cremallera…”.

Mientras ella lloraba inconsolablemente, yo me doblaba en el lavabo a vomitar.

Tenía su abominable figura ante mí. Mis dedos actuaron antes de que mi cerebro diera orden alguna. Apreté el gatillo varias veces y vi como caía su cuerpo degenerado y sucio sin que sus ojos se apartaran de los míos en ningún momento.

-Ahora estamos pagos-le dije.

Me incliné, tomé la llave y salí del almacén, con una frialdad que me aterrorizó.

No tuve elección. Yo no podía vivir tranquilo sabiendo que ese hombre estaría haciendo lo mismo a otra niña. Por eso decidí tomarme la justicia por mi mano.

Dos días más tarde, vino Anita a mi oficina y pidió hablar conmigo a solas. Yo sabía por qué venía, pero procuré actuar con normalidad.

-Me has traicionado-fue lo primero que dijo cuando estuvimos a solas, al tiempo que me golpeaba en el pecho.

-Anita, yo nunca te traicionaría-le contesté.

-Ese monstruo está muerto. Mis padres están ahora en la funeraria. Lo asesinaron, dijo papá. Fuiste tú ¿cierto? Fuiste tú y no me llevaste… yo quería hacerlo y no me llevaste – y rompió en un llanto desgarrado.

-Ahora ya puedes sentirte mejor. Fue la vida la que puso alguien en su camino para que cobrara lo que te hizo.

-Tú no lo entiendes. No es lo mismo.

– Sí es lo mismo. Ya no está y nunca más volverá a hacerte daño, ni a nadie. – le contesté.

– ¡No! Yo esperaba que me llevaras. Yo quería gritarle a la cara lo que significó para mí lo que me hizo, lo que han sido todos estos años con ese recuerdo sucio. Yo quería mirarlo a los ojos, matarlo yo misma –dijo, y ocultó el rostro entre sus manos.

Quedé petrificado. Tenía ante mí a una niña a la que un hombre desalmado había despertado los más feroces sentimientos y estaba dispuesta a violar todos sus principios – tal y como lo había hecho yo- en nombre de la venganza.

-Yo no fui Anita. Nunca pude encontrarlo – repetí, esperando sonar convincente.

-¡Júramelo!

Nos miramos a los ojos. Quizás su intuición femenina le hizo saber que yo no decía la verdad.

-¡Júramelo, por favor! – repitió, pero esta vez fue un ruego más que una orden.

-Te lo juro. Nunca puede saber dónde estaba.

Me abrazó durante un largo rato y los dos lloramos en silencio.

Una hora más tarde la dejé en su casa. Sólo me dijo gracias. Esperé hasta que alcanzó la puerta. Antes de entrar, giró y me miró pensativa. En su mirada volvía a tener la inocencia de la niña que era.

E.A.C.


¿DÓNDE ESTÁN SEGUROS LOS NIÑOS? Por SAMOYEDO

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Quiero y deseo plantear esta pregunta a la sociedad en general, pero sobre todo a padres, tutores y defensor del pueblo.

Cada día salen más casos de pederastia en nuestro país y en el mundo en general. Los lugares escogidos para cometer esta actividad delictiva son clubes de deporte, gimnasios, escuelas, etc. Lo peor de todo es que esos lugares son fundamentales para la educación, el crecimiento y la adquisición de valores desde niños para poder llegar a la etapa adulta. Me aterra ver como en guarderías se maltrata o se abusa de bebés, sin conciencia y sin saber todavía lo que es el bien y el mal, bebés fruto de la inocencia que pueden ser marcados de por vida.

En los años escolares donde todo es vida y enseñanza alguien con una mente perturbada puede dañar a niños o niñas por tener una mente enfermiza y no saber distinguir lo que y son los menores. Yo recuerdo de niño que estaba esperando en mi portal cuando apareció un señor que vendía pequeños estuches de costura por las casas, quizá tuviera yo en ese tiempo 10 años y él se me insinuó cosas lascivas y horribles a mi entender. Aún hoy recuerdo su rostro. Y lo que sé es que estas experiencias jamás se olvidan y las llevas de por vida contigo. Por eso hemos de ser conscientes de que el daño que se le hace a un niño crecerá con él y repercutirá a lo largo de su vida y en todos los sentidos: trabajo, hogar, madurez y carácter.

Seamos conscientes de todo esto y hagamos lo posible por erradicar esta mafia que mueve miles de millones al año con pornografía infantil, trabajo y explotación de menores, etc. Ellos son el futuro y ahora son el espíritu de la inocencia, el desarrollo físico y psíquico y el alma de cualquier familia u hogar.

Por Samoyedo


LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS por M.A.I.S.

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Estudios recientes constatan una mayor y emergente cantidad de niños, adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes, que pasan de 6 a 8 horas al día frente a ordenadores, video-juegos, teléfonos móviles, etc. Muchas de estas personas adquieren determinados conocimientos, más o menos útiles, a través de la desmesurada utilización de estas tecnologías. Todo ello, está cambiando la forma y manera de relacionarse por parte de los individuos de las sociedades más avanzadas o desarrolladas tecnológicamente.

No hace mucho tiempo, lo normal era comunicarse con las personas en tiempo y forma presencial: jugar en la calle, convivir y participar en diversos juegos, reuniones, actividades al aire libre, era lo más natural y efectivo para adquirir conocimientos, experiencia, y habilidades sociales. Hoy día, estas formas y conductas de comunicarse física y presencialmente son minoritarias o excepcionales.

Cada vez son más los expertos que alzan su voz en contra del abuso desmesurado que se hae de las nuevas tecnologías y de las maneras de relacionarse por parte de las personas que a ellas recurren. Son numerosos los estudios que revelan un debilitamiento en la capacidad cerebral de los individuos que, de forma excesiva, utilizan estas tecnologías. Una de las causas de este debilitamiento en la capacidad cerebral se debe a que las pautas de las actividades que se llevan a cabo en estos mundos virtuales de comunicación entre los individuos son excesivamente repetitivas y producen un aislamiento físico-social. Fruto de este aislamiento, de manera progresiva, se produce una pérdida en la calidad y efectividad en la forma de resolver pequeños problemas en la vida social y real.

Los psicólogos avisan de que se están incrementando los casos de nuevas problemáticas psicológicas debido al abuso excesivo e inadecuado de estas. Un ejemplo de ello, es la falsa percepción del verdadero valor de la vida, la cual en determinados video-juegos de contenido violento tiene una equivalencia en puntos.

Además, se está potenciando una dependencia a estas tecnologías, la cual causa que, las personas “adictas” a ellas se encierren cada vez más en sí mismas, con las graves consecuencias que ello conlleva. Se está detectando que los usuarios de largos periodos de permanencia ante estos mundos virtuales desarrollan una personalidad y una autoestima igualmente virtual que, fácilmente se desmorona cuando tienen que interactuar en la vida real y social con otras personas. Está demostrado que el abuso excesivo de las tecnologías, produce una pérdida en la empatía, la creatividad, la capacidad verbal y pérdida de capacidad de resolución de problemas; pues en esos mundos virtuales, los usuarios son los “líderes”, “tienen el mando”, “toman decisiones”, que en verdad ya están pre-configuradas. Pero en la vida real estas personas tienen dificultad en desarrollar las más básicas conductas sociales.

El mal uso que se hace de las nuevas tecnologías tiene consecuencias muy negativas cuando se habla de niños, adolescentes y jóvenes. En gran medida, e independientemente de la propia responsabilidad de padres y educadores, esto es posible gracias al bombardeo publicitario llevado a cabo por las empresas relacionadas con la falsificación, distribución y utilización de todas ellas. Esto queda constatado al ver los balances financieros de cada una de estas empresas y las inversiones que se hacen en campañas de marketing y publicidad.

En estados Unidos estas empresas gastaban en la década de los 90 “300 millones de dólares” en campañas publicitarias de estos productos. En el año 2010 fueron “16.000 millones de dólares”. Desde luego en todo ello han colaborado sociólogos y psicólogos pertenecientes a estas empresas, las cuales utilizan los conocimientos y asesoramiento de estos profesionales para lograr las mayores beneficios posibles.

Gracias a ello se han creado generaciones enteras que identifican la felicidad, el éxito y la libertad individual en directa equivalencia con la posibilidad que tengan de poder consumir y actualizar estos productos tecnológicos.

Debido al mal uso que llevan a cabo, una cada vez mayor cantidad de individuos hemos llegado a tal extremo que ahora resulta normal buscar pareja en la red, y muchas de estas “parejas” se mantienen durante largos periodos de tiempo real, exclusivamente en forma virtual o presencial, mediante visualización monitorizada. Otro buen ejemplo del “magnífico” uso que se hace de estas tecnologías es el del acceso a todo tipo de pornografía; especificada o casera, esta última cada vez más utilizada. Cada día resulta más “normal” contemplar a jóvenes e incluso adolescentes convertidos en “actores” porno-eróticos, realizando posados que posteriormente son difundidos – voluntaria u obligatoriamente – previa coacción – en la red. También son utilizadas estas tecnologías para obtener informaciones tan fructíferas como la de coger “un buen colocón” más rápido y barato, recurriendo a las prácticas cada vez más extendidas como las de ingerir alcohol por vía nasal o empapando tampones en alcohol e introduciéndolos por vía anal o vaginal, costumbres éstas importadas de Inglaterra y Estados Unidos vías Internet.

Por no hablar del progresivo aumento de la incomunicación directa entre personas e incluso entre parejas, a las cuales se puede ver “comunicándose” con otras personas o jugando a diversos juegos, mientras pasean o consumen cualquier cosa en una terraza, sin mediar palabra entre ellas durante largos periodos de tiempo y cuando lo hacen, es para mentar alguna anécdota sobre aquello que tiene lugar en su interesante actividad tecnológica.

Por M.A.I.S