Seguro que hay otros casos, pero a algunos, la condición de ser presos no nos hace insensibles ni, por supuesto, nos impide empatizar con los que sufren, pudiendo sentir el dolor ajeno.
Está claro que la tragedia aérea de los Alpes ha conmocionado (como antes lo hicieran otras= a muchas personas que pudieran sentirse reflejadas en cualquiera de los casos de cada una de las víctimas que viajaban en ese desgraciado avión.
El pueblo francés en su conjunto, y sus autoridades en particular, han demostrado una eficacia y un “saber hacer” en momentos tan críticos, que merecen el apoyo y el reconocimiento obtenido de la comunidad internacional.
Han sido víctimas que involuntariamente repartieron el dolor por un número importante de países, y cuyos familiares perdieron en ese vuelo maldito, buena parte de su integridad.
Cuando se produjo el suceso, las especulaciones permitían señalar (con la razonable duda) a un sinfín de circunstancias como las causantes de la magna catástrofe; sin embargo, una apresurada “caja negra” quería despejar el doloroso ambiente de incertidumbre, como contraprestación a lo inhóspito, de un terreno en el que aquellas almas abandonaron sus cuerpos para siempre.
Los equipos de psicólogos que en todo momento apoyaron a las familias desplazadas al lugar de los hechos, también experimentarían un importante revés, cuando la fiscalía francesa informaba de los primeros resultados obtenidos en la investigación y que apuntaban a un posible acto voluntario por parte de uno de los pilotos que “había querido estrellar el avión”. Pero los protagonistas de tantas historias rotas ya nada podían aportar.
Por el contrario y en su representación, unos familiares desolados, dieron clara muestra de dignidad y entereza en su resignación.
Si al final (en unas hipotéticas conclusiones definitivas) resultase que las cosas sucedieron como las circunstancias parecen señalar, ¡digo yo!, que de poco serviría criminalizar el acto de alguien que ya no puede responder.
Se trataría de un caso con precedentes y de fatales consecuencias donde no cabe la retroactividad, ahora la pelota está en manos de los responsables de aviación civil que sin duda tomarán cartas en el asunto.
Adolescentes llenos de ilusiones, bebés en brazos de jóvenes madres, abuelos y abuelas, que disfrutaban de los suyos, hombres y mujeres a los que la muerte no dejó continuar para llegar al final del trayecto.
En definitiva, 150 víctimas mortales cuyas vidas se vieron truncadas en un bello paraje que ahora familiares y amigos tendrán que recordar con tristeza e incomprensión.
Y todo ello como consecuencia del posible acto de suicido extendido a otras 149 personas que tuvieron la desgracia de coincidir con el joven piloto en el día y hora de la decisión fatal.
Solo queda lugar para la pena y el dolor, sin que nada pueda reclamarse a quien con los demás desapareció para siempre.
Los componentes de Nómadas queremos mostrar nuestras sinceras condolencias a todos los familiares y amigos de los que ya no están en este Mundo, deseando además, que tengan un descanso eterno los 150 infortunados, sin excepción.
Por E.F.B.