Afuera, hace mucho frío y bajo la amenaza, el que engaña vuela. Hoy estoy preocupado por el futuro de Europa, pues bajo la lluvia fina populista arrecia, a medida que las elecciones europeas se aproximan.
Estamos en medio de un grave problema al limitar la «inmigración de la pobreza», que han puesto en marcha desde el gobierno de Berlín. Siendo este un delicado y controvertido proceso, solo con el objetivo de expulsar de los países miembros a todos los inmigrantes comunitarios que no encuentren trabajo en un plazo de tres a seis meses.
No es casualidad que hoy, en medio de esta crisis que nos azota, nos dejemos llevar por esta corriente. Está previsto que esta medida afecte a todos los inmigrantes, pero sobre todo a Rumanos y Búlgaros (de etnia gitana especialmente).
Estos peligrosos «turistas sociales», son los inmigrantes considerados como una suerte de parásitos que se nutren de los generosos subsidios de los estados del bienestar de la rica Europa del norte. Obviamente, hay que pagar las facturas, por tanto evitando que utilicen la libre circulación que garantiza la UE, no podrán beneficiarse del generosos sistema social que impera en estos países.
Que cruel es la idea que perjudica el inevitable y libre derecho de la razón, al endurecer el control de la llegada a Europa de los «inmigrantes pobres», bautizados con un recordatorio: «el que no encuentre trabajo, tiene que irse».
Confundir la parte con el todo, y convertir al conjunto de inmigrantes europeos en defraudadores en potencia, parece haberse convertido en la fórmula de moda, a pesar de que la mayoría de los estados acreditan ganancias económicas para los países receptores de inmigrantes.
Los pueblos europeos han ensayado ya toda la baraja de las ilusiones, ahora se trata de la última ilusión, la de vivir. Si nos quitan la ilusión de vivir, ¿dónde está mi sueño?.
Hemos entrado en el territorio de los grandes objetivos o de las grandes cimas de la UE, la puerta más representativa de un sistema de integración como es la libre circulación. Me estoy refiriendo a los acuerdos de Schengen, firmados el 14 de junio de 1985, donde se crea un espacio común, mediante la supresión progresiva de controles en las fronteras comunes.
No podemos olvidarnos del tratado de Maastricht, que se autodefine en su artículo primero como una nueva etapa en el proceso creador de una UE cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa.
Por consiguiente la UE no deberá concebir su misión como un ejercicio de presión hacia sus ciudadanos, sino un acto de compresión, apoyo, mutua moral y solidaridad. De esta política dependerá el éxito, o seguiremos sin comprender más de medio siglo después, lo que supondría uno de los grandes fracasos en la construcción europea.
No me gustaría caer en la excusa fantástica o en cruel coartada, pero Bruselas reconoce «los problemas locales» instando a sufragar con dinero europeo los proyectos de integración social y los estados deben destinar el 20% del fondo social europeo, especialmente para España, con un 26% de su población activa en desempleo, disputando con Grecia el primer puesto de la UE.
Por J.M.M.J.