… El asiento del autobús ocupado, los paseos por el patio, las comidas…. Todo se desarrollaba con su hijo Dubutu. No podía dar crédito a lo que acababa de descubrir y parecía evidente que Dubutu sí había existido en su pasado.
Fue un pequeño honor que cuando inconscientemente Bebop me reveló su secreto, el transformó la relación con su hijo en algo normal hacia mi persona. Pienso que le dejó muy aliviado y feliz el hecho de que yo lo aceptase. Bebop se levantó y me dijo: “¡Es la hora de pasear con Dubutu!, él me espera, hoy tener muchas cosas de que hablar con él”.
“Muy bien Bebop, disfrutad mucho”, le animé aun sin poder reaccionar como consecuencia del “shock” que me había producido semejante descubrimiento.
Resumiré el final de la historia: pasaron otras dos semanas conviviendo con Bebop y siguiéndole la corriente con Dubutu. La noche anterior a mi partida fui a despedirme de Bebop. Cuando asomé la cabeza por la entrada de su celda, Bebop estaba tumbado en la cama llorando.
“¿Qué te ocurre amigo?!».
“Estoy tan triste, tengo dolor por tener a Dubutu en este lugar, siempre cerrado en módulo, siempre utilizando su compañía para procurar sanar mis penas”. Quedé pensativo.
“Bebop, de eso llevo días queriendo hablarte y creo que debo hacerlo antes de regresar a Madrid y te pido disculpas por mi atrevimiento pero te ruego lo tomes como un gesto de aprecio. Dime algo Bebop ¿no crees que deberías dejar marchar a Dubutu?.
Bebop puso cara de asombro.
“¿No te parece que Dubutu estaría mucho mejor fuera de aquí?”.
“Eso ser muy duro para mí”. Respondió entre sollozos.
“Amigo mío, yo te comprendo, te comprendo mucho más de lo que puedas imaginar, pero tu hijo tiene el derecho de descansar, de ir en busca de paz, paz que aquí te sería imposible encontrar. Tu hijo necesita partir y probablemente tu más que él, necesites que lo haga. Debes liberarte de todo esto y debes liberarte tú”.
“Pero… eso sería que me abandona, eso sería que no me quiere, sería horrible”.
“No Bebop, es exactamente lo contrario, él no te abandonaría jamás, él partiría hacia un lugar hermoso, donde hay paz, donde solo existe amor y desde donde él puede cuidar de ti. Él debe marchar porque te ama y tú debes permitir que lo haga porque le amas doblemente. Bebop prométemelo”.
Se mantuvo en silencio por unos minutos, con los ojos cerrados.
“Lo prometo señor”. Respondió con un gesto de resignación.
No dimos un abrazo de despedida y me fui a dormir.
Al día siguiente cargue con mi equipaje y bajé listo para viajar. Me despedí de unas cuantas personas y al asomarme por la ventana, me entró la risa a la vez que sentí una gran compasión por Bebop. Ahí iba él, vistiendo sus flamantes guantes azules de cuero, balanceando su cuerpo de un lado a otro, con paso lento y su mano, esta vez yo lo sabía, entrelazada con la de su hijo Dubutu. Iba cantando mientras con su mano derecha llevaba el compás de la canción alzándola con el mejor estilo, como cuando Leonard Bernstein dirigía grandes orquestas sinfónicas. Me dije para mí mismo: “Quizá todo esté bien y así deba de ser, al fin y al cabo tal y como Charlie Parker decía: “en jazz hasta las notas disonantes son bellas y tienen su espacio”.
Una vez en el autobús, me ubicaron en el compartimento número diez. En el asiento de la derecha estaba sentando un hombre de mediana edad, desaliñado. Barba de varios días, con cara de pocos amigos y una cicatriz se dibujaba en la frente. Le trasladaban a Madrid para finalizar su condena después de tres años en Álava y, por supuesto conocía a Bebop cuando le pregunté por él:
“¡Ah sí! Ese negro gordo que está como una puta cabra, joder tío ese por lo visto es un Tutsi, esos que se están matando todo el día con esos otros jodidos negros de otra tribu. Tío… ¿se dice tribu o etnia?… no me acuerdo como se llaman.
“¿Hutus?” Le pregunté.
“Sí tío! Eso… Hutus. Por lo visto entraron en su casa o en su choza o en donde coño vivían esos negros y violaron a su mujer y a su hija, luego los hicieron picadillo, las descuartizaron tío”. Exclamó excitadísimo, como entusiasmado.
A pesar de la repugnancia, del asco y la rabia que estaba sintiendo por este personaje, continué preguntando, su forma de narrar los hechos era como para vomitar.
“¿Qué ocurrió con su hijo?”.
“Le cortaron la cabeza tío, y por lo que me han contando tío el gordo no hizo nada, el muy cabrón debió salir corriendo y salvó el pellejo, ¡qué negro cabrón!”.
Sentí ganas de matar a ese impresentable, sentí tanto odio que en ese momento lo hubiese puesto debajo del autobús deseando intensamente que pasara por encima y lo hiciera trizas, pero finalmente conseguí calmarme no sin que mi estómago ya se hubiese revuelto por completo.
Por esas coincidencias de la vida, que nunca son casualidades, pude escuchar la historia de Bebop una vez más Esta vez por una persona que demostró una sensibilidad exquisita y muchísimo respeto a la hora de explicarme lo sucedido. Todo fue como me contó aquel personaje desalmado del autobús, con una diferencia: Bebop nunca escapó dejando a su familia abandonada a su suerte. Bebop fue amarrado a una estaca, le quemaron las plantas de los pies y las palmas de las manos, le arrancaron las uñas. Los hutus se retiraron y Bebop permaneció varios días atado, presenciando aquel dantesco espectáculo de cómo los buitres se daban un festín con los restos de su familias esparcidos por el suelo. Finalmente desvaneció despertando en la cama de un hospital de Kigali.
Bebop fue sentenciado a una condena de 8 años y un día por robo a mano armada y violencia de un vehículo según se pudo comprobar en las imágenes captadas por las cámaras exteriores de una tienda de Bilbao, en la calle General Concha, por cierto, cámaras en blanco y negro, cuyo detalle es infinitamente menor a las de color. Además varias personas declararon como testigos de aquel suceso. Es cierto que Bebop había sido detenido en Madrid por robar en el supermercado de unos grandes almacenes, el me lo contó, pero como bien decía “Dubutu y yo tener que comer”. Como consecuencia de esa detención Bebop fue asociado por la policiía en el atestado de Bilbao.
En el auto emitido por el juzgado de instrucción de Bilbao , Bebop declaró que el día de autos se encontraba en Madrid, en un Burguer King celebrando el cumpleaños con su hijo Dubutu. En el mismo auto, el juez hace eco sobre el falso testimonio en la declaración de Bebop ya que como se pudo comprobar Bebop no tenía hijos. Por otro lado, en conversaciones que pude mantener con él, las únicas ciudades que Bebop conocía en España eran Algeciras y Madrid. Curiosamente Bebop no sabía conducir.
Nunca se pudieron comprobar sus huellas dactilares, sencillamente porque Bebop no tenía huellas en sus dedos. Cuando tuve mi primer encuentro en el autobús con Bebop, él regresaba de Madrid donde había sido citado para una rueda de reconocimiento, afortunadamente en esta ocasión Bebop quedó libre de cualquier cargo.
Mi intuición, que en este caso particular emana desde lo más profundo de mi corazón, me dice que lo único que hizo Bebop fue crear un pequeño mundo, una burbuja dejando fuera de ella el odio, el horror y parte de su sufrimiento. Un lugar donde poder cohabitar con su último recuerdo, su hijo Dubutu.
Tengo la firme convicción que mientras este planeta cuente con personas como Bebop, con pequeños creadores de esperanza y de paz, creadores de escenarios de bondad, reales o imaginarios, eso no importa, el ser humano tendrá algunas posibilidades de subsistir y de conservar la especie.
Al fin y al cambo ¿quién nos asegura que hay diferencia entre lo real o lo imaginario? ¿no es lo mismo?
Por I.M.A.