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LA FUGA DE “EL CAPAZ” por EL LOBO TXAPELA

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Voy a contarles el relato de la fuga más honrada de la historia de las cárceles.

Fue protagonizada por dos tipos que se conocieron en prisión, coincidieron en el mismo módulo y comenzaron a empatizar el uno con el otro sin saber muy bien por qué.

El caso es que “El Multa” y “El Capaz”, así se les solía llamar en el patio, se hicieron amiguetes, o amigotes, o como se diga lo que se hacen dos hombres que se cogen aprecio en un sitio como este.

Poco después trazaron un plan perfecto, y con ayuda de un contacto de fuera de su bloque se fugaron por un agujero que había en uno de los muros que daban al exterior, cerca de una de las juntas de dilatación.

Nada más salir, comenzaron a reptar como dos lagartijas huyendo de un chiquillo, y sin darse cuenta estaban a la altura de la carretera, cruzaron con extrema precaución de no ser vistos ni atropellados y en un santiamén estaban en la orilla del pantano.

“El Multa”, calladito como nunca en su vida, seguía a su compañero expectante, ya que éste le había comentado que cuando era libre frecuentaba ese lugar para pescar, y que en las inmediaciones de aquel embalse guardaba en un escondrijo aparejos suficientes para los dos. Y así fue que de pronto “El Capaz” le gritó en voz baja, (en la cárcel aprendes a gritar en voz baja). “Aquí, aquí Multa! ¡Aquí está el tema!”. A la vez que sacaba bajo unas retamas un par de cañas y una caja roja, de esas del año de la polka, de las que se usan para llevar anzuelos, plomillos, cucharillas y rápalas, y yo que sé cuántas cosas más.

Cuando hubieron encontrado cebo, montado y tirado las cañas, se sentaron en un par de piedras y tras un instante de silencio en aquella humilde libertad, “El Capaz” le preguntó al “Multa”: “Oye chaval!, ¿a ti por qué te llaman “El Multa”?”. A lo que el joven le contestó, “Porque estoy aquí por no poder pagar una multa. Y a ti, por qué te llaman “El Capaz”?”.

Cuando el mayor de los dos presos se disponía a contestar los cascabeles de las cañas comenzaron a sonar, así que los dos hombres se levantaron raudos y entre risa y lágrimas comenzaron a faenar, dándole al tira y afloja como dos maestros. Y así casi seguido, durante dos o tres veces más.

Cuando contaban con tres peces cada uno, comprobaron que se les acababa el tiempo y que había que volver antes de la cena y el último recuento, así que desandando el camino que habían recorrido dos horas antes y usando la misma gatera que para salir, entraron de nuevo en el recinto con los pescados escondidos entre sus ropas. Pescados que le regalaron al cocinero del centro penitenciario para que se los sirviera de cena, pero viendo éste que eran mucho más sabrosos que los que tocaban en el menú, los envolvió en papel de periódico de hace ocho días (como todos los periódicos que hay en la cárcel), y se los llevó para degustarlos con su familia.

Los protagonistas de la historia llegaron a su módulo sin que nadie notara ni media, henchidos de felicidad y a tope de adrenalina para lo que les quedaba de condena.

Queridas autoridades penitenciarias, no busquen ustedes el agujero del muro, tal agujero solo existe en mi cabeza y cada día lo noto más grande, no busquen ustedes al contacto que les ayudó, el único contacto que les puede ayudar es el contacto con el exterior y con sus seres queridos, y aquí es bastante escaso. No busquen ustedes a “El Multa”, ya estará en la calle con su condena cumplida, pensando que si alguna vez más está sin trabajo y no puede pagar una multa, robará para hacerlo con tal de no volver a prisión, ¡bendita reinserción!.

Y a “El Capaz”… por “El Capaz” no se preocupen, seguro que sigue aquí, pero tranquilos, yo le conozco bien, le llaman así porque es capaz de cualquier cosa, cualquier cosa menos cometer un delito, ni hacer daño a nadie jamás.

Por El Lobo Txapela