Archivo diario: noviembre 13, 2015

EL LIBRETO DE LA CONCIENCIA por I.M.A.

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En 1842 Giuseppe Verdi estrenaba la ópera Nabucco en la Scala de Milán.

Verdi, había perdido a sus dos hijos y a su mujer durante los años anteriores a cumplir los veintisiete. Como consecuencia de tan trágicos episodios, el genial compositor se sumergió en una gran depresión abandonando por completo la composición y limitando su rutina a una habitación de donde solo salía para ir a almorzar a un pequeño restaurante ubicado a pocos metros de su casa.

Su vida, carecía de sentido y la horrible pérdida que había sufrido, le tenía inmerso en el más profundo sentimiento de culpabilidad.

Sucedió un día que mientras Verdi se encontraba en el restaurante, entró por la puerta Bartolomeo Merell, director de la Scala de Milán, tomó asiento en la mesa del músico y sin demora trató de entregarle el libreto de Nabucco. Verdi lo rechazó. Merell insistió e insistió, pero la negativa del maestro fue inapelable.

Bartolomeo mientras se despedía y sin que Giuseppe se percatara, introdujo el libreto en uno de los bolsillos del abrigo del músico y cuando llegó a su casa, al despojarse de la prenda, el libreto cayó al suelo quedando abierto por una de las páginas. En esta página observó un verso y como si de un mensaje en clave se tratara, le llamó enormemente la atención. Tanto le sorprendió que fue lo que en él provocó recuperar de nuevo su fuerza e inspiración. Inmediatamente comenzó a trabajar con la que sería una de las óperas más importantes en la historia de la música.

Tras unos meses se iniciaron los ensayos en la Scala de Milán. Tan impactante era la música creada para aquel libreto, que hubo que cerrar el auditorio para evitar la entrada masiva de las gentes de los alrededores. Era una música diferente a lo creado con anterioridad. Verdi era un compositor belcantista por excelencia, pero a partir de Nabucco, el romanticismo del Siglo XIX da un giro en las armonías, son composiciones muy potentes, de una fuerza extraordinaria y además, en el caso de Nabucco, se produce algo realmente vanguardista, los grandes protagonistas en las óperas, tenores y sopranos, pasan a un segundo plano, dejando el peso de la obra a los coros y a los barítonos. En la actualidad, a los grandes barítonos del circuito operístico mundial se les piropea con el sobrenombre de “Barítono Verdiano”.

Para el estreno de Nabucco, Giuseppe Verdi contrata para el papel de Abigail a la soprano Guiseppina, quien desgarra sus cuerdas vocales en las violentas subidas de décimas que se producen en los agudos finales de las arias del segundo y cuarto acto de la ópera. Quedando musicalmente inválida, Verdi se hace cargo de los cuidados de la cantante y termina por contraer matrimonio con ella.

Nabucco fue un éxito sin precedentes y una referencia para posteriores compositores como Giacomo Puccini o Richard Wagner. De hecho los coros de Nabucco fueron fruto de inspiración e influencia de algunos trabajos de Wagner, como por ejemplo la obertura de Tannhauseer.

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Esta historia extraída de la vida de Giuseppe Verdi, no hace sino confirmar que las pérdidas son las que limpian nuestra mente egótica, que a la vez, producen, una rendición espiritual y nos trasladan hacia el éxito, entendiendo éxito no como el acontecimiento de futuro donde el fin justifica los medios o como el mundo lo define en cuanto al logro de conseguir unos objetivos con el consiguiente reconocimiento social, sino como el hacer infundido con la calidad intemporal del ser.

Es del todo probable que si el compositor no hubiese sufrido la muerte de su familia, nunca habría compuesto Nabucco. Porque Nabucco nace como consecuencia de la rendición espiritual del músico en unas circunstancias concretas y que se producen en un instante determinado. En el momento que debía de ser.

En mayor o menor medida todos los que estamos en prisión hemos sufrido pérdidas, unos económicas, otros familiares, sociales, emocionales, etc. La pregunta es: ¿debemos entender e interiorizar estas pérdidas como un fracaso, una desgracia, un drama, o por el contrario como una oportunidad, una prueba a superar para recuperar nuestro ser y a partir de ahí construir y alcanzar nuestro éxito?. La vida te facilita la experiencia que sea más útil para evolucionar tu conciencia. ¿Y cómo se sabe cuál es?, fácil: la que vives en este preciso instante.

El escritor y maestro espiritual Deprak Chopra habla del “ser”, del “yo” real como el mago que todos llevamos dentro. Ese mago que cuando estamos en conexión con él, como si de la lámpara de Aladino se tratase, crea las condiciones para que nuestros deseos sean concedidos.

Soy de la teoría de que  el delito poco tiene que ver con la entrada en prisión, más bien la justificación y herramienta para poder acceder a la prueba, acceder a la rendición espiritual. De ahí que no todo el que comete delito está en prisión ni todo aquel que está en prisión ha cometido delito.

Si analizamos esta historia, se crean los siguientes episodios: Verdi pierde a su familia (nuestras pérdidas), deja de componer (nuestros fracasos y frustración), se aísla en su habitación (nuestra celda emocional), entra en una rutina depresiva, llena de culpas y rechaza el libreto (resistencias), cae el libro al suelo (rendición), el libro queda abierto por una página donde se encuentra un verso que cambia al músico (reconciliación con el ser y atención al presente), reaparece la creatividad e inspiración, crea obras maestras (permite actuar al mago).

A veces renunciar a las cosas, aceptar las pérdidas, rendirse, tomar conciencia de la situación en presente, es un acto mucho más poderos que defenderlas, justificarlas o aferrarse a ellas, ya que con ello estamos generando el vacío absoluto para regenerar nuestras vidas.

La prisión se puede afrontar de varias maneras, con sentimientos de culpa, de fracaso, de vergüenza y frustración, creando una auténtica obra teatral mental y dramática o como una prueba que la vida nos proporciona para que una vez superada, volvamos a nuestro auténtico “yo”, a nuestro “ser” real en el camino hacia la prosperidad.

De nuestra elección depende nuestro futuro, en realidad todo recorrido de la vida consiste en el paso que estás dando en estos momentos y el resultado en el futuro dependerá de la calidad del mismo. Solo existe ese paso y por eso es tan importante prestarle atención.

I.M.A. 


LA SONRISA DEL GERANIO por TIBU

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Hace bastantes meses que ingresé en prisión. Primer ingreso, nervios, miedo, ansiedad, inseguridad a flor de piel… es difícil describir el cúmulo de sensaciones que, en mi caso, se fueron sucediendo desde el día en que, de manera justa o injusta no viene a cuento ahora, recibí la noticia de mi cercano ingreso. Había perdido el juicio, en todos los sentidos, y la perspectiva que se aparecía ante mí no era la que hubiera pensado nunca en mi vida. Ante lo irremediable de la situación me mentalicé, hablé con los míos, ordené lo que pude la que en ese momento era mi desordenada vida y preparé para lo inminente.

Aquí, en la cárcel, murieron muchos tópicos y germinaron muchos otros. Lo que era real hasta entonces se vistió de un manto oscuro de irrealidad, ya no era libre de decidir apenas nada. La náusea me abrazó.

Comencé a convivir con un abanico de gente, de costumbres, que hasta entonces solo formaban parte de la ciencia-ficción. Y adaptándome a la fuerza a mi nuevo estatus de preso, un lenguaje desconocido, unas formas de expresión desconocidas lentamente danzaban a mi alrededor. Palabras tan ajenas a mi mundo como causa, condena, educador, junta, o más especializadas como perra, pucabón o cunda, comenzaron a resultarme desdichadamente familiares, y no por ello agradables.

Una mañana de tantas bajé a desayunar, con el tímido sol de invierno que se colaba a duras penas por el patio, observé al fondo de una estantería de la sala un geranio. Hasta ese momento no había pensado en que en el habitáculo donde pasaba muchas horas resguardado del frío, había bastantes tiestos con plantas. No sé por qué fijé la mirada en ese pequeño pelargonio, desnudo de flores, medio seco, huérfano de mimo, ajeno a todo, pero que, desde el rincón semioscuro al que la dejadez humana le había relegado, se agarraba a la supervivencia.

La pequeña planta crecía de manera desproporcionada, en contra de su mapa genético, buscando algún rayo de sol que le alimentase.

Casi a escondidas, furtivamente, agarré el tiesto que le albergaba y le situé justo enfrente, en el ventanal por donde se cuela la luz del día. De manera natural, imaginé que se establecía alguna especie de complicidad entre ambos, el geranio y yo.

Cada mañana, sin prisa, cambiaba un poco la orientación, dependiendo de la luz del sol. Poco a poco, con silenciosa espera, mi mudo amigo comenzó a darme muestras de su gratitud. Sus nuevas hojas ya no crecían desproporcionadas, ahora aparecían en su tamaño justo, erguidas, orgullosas.

Pasaron un par de meses en nuestra incipiente relación, yo le daba un poco de agua y luz, justo lo que necesitaba, y él me respondía con nuevos brotes. No sé cuál de los dos estaba más agradecido al otro, si yo por recibir belleza a cambio de unos mínimos pero necesarios cuidados, o él, por sentirse valorado y que le diese la oportunidad que seguramente nunca tuvo.

Ajenos a las causas, la jueza de vigilancia, la junta, y a la propia cárcel en sí, la pequeña planta parecía no sentirse una presa más, parecía que era un geranio normal, como los de la calle. Y con esa puntualidad que las estaciones piden, en primavera me regaló un generoso ramillete de flores rosáceas, apareció en todo su esplendor, sin tener en cuenta las condenas, ni la reinserción, impermeable a las lisonjas de autoredención que algunos buenistas iluminados se empeñan en arrojarnos, como si fueran peladillas que se les da a los niños que se han portado mal a cambio de que rectifiquen su conducta, y que no hacen más que levantar un alto muro entre ellos, los buenos (¿) y nosotros, los malos (¡).

Y mi amable y silencioso geranio, a cambio de luz y agua, se siente un geranio más, uno normal que no necesitaba más que la atención adecuada, solo eso. Desde entonces he hecho lo mismo con otros geranios que estaban enfrente, sin luz ni agua, y todos han respondido igual de bien… me sonríen desde su ventanal, inmunes a la diferenciación que pretenden hacernos sentir a los de aquí.

El que tenga oídos…

Tibu